Cultural

Terremoto en Lima de 1746: así fue el peor sismo que vivió el Perú hace 277 años

El 28 de octubre de 1746 fue el terremoto más devastador que sufrió Lima. A 277 años de aquel luctuoso suceso, el periodista Gastón Gaviola describe detalles de lo que pasó ese día.
Terremoto Lima Sismo Perú Lima Metropolitana Gastón Gaviola

El 28 de octubre de 1746 fue el terremoto más devastador que sufrió Lima. Foto: Andina

El 28 de octubre de 1746 fue el terremoto más devastador que sufrió Lima. Foto: Andina
13:26 horas - Sábado, 28 Octubre 2023

Una colaboración de Gastón Gaviola

Es viernes por la noche y la ciudad se prepara para dormir. Velas de sebo, candelabros y lamparines de querosene espantan las sombras y la oscuridad. A lo lejos ladra un perro. Lima se encontraba en completo silencio hasta que la calma fue interrumpida por una voz clara y firme. Era la guardia que, entre la niebla helada, proclamó: “¡Las 10 y 30 y todo sereno!”. De forma repentina, el sonido animal se convirtió en un aullido, que se replicó lastimero, como una explosión, por calles y plazas de la Villa Jardín. Cinco minutos después, uno de cada 10 vecinos estaba muerto.

Es el 28 de octubre de 1746. Lima, en ese entonces, se levantaba sobre la orilla izquierda del río Rímac y era apenas una colección de 150 manzanas que congregaba a 60 mil vecinos asentados en la tres veces coronada villa. Para cuando la tierra dejó de temblar, quedaban en pie apenas 24 manzanas o cuarteles. Unas 20 mil personas yacían muertas, enterradas en sus camas o aplastadas por muros, balcones y ventanales que cayeron sobre ellos durante su intento de ganar la calle. La ciudad estaba en ruinas.

[Lee también: 8 de octubre: breve historia del Combate de Angamos]

Lima, que vivía encerrada detrás de sus murallas de piedra y adobe (lo que hoy conocemos como Lima Cercado, precisamente por ese detalle), era un páramo desolado, que vio el amanecer del sábado 29 de octubre como una pesadilla, tan similar a las que se pregonaban desde los púlpitos de las iglesias donde se advertía del Apocalipsis. Era el cataclismo, el fin de los tiempos. Lima se convirtió en el mismísimo infierno.

Si se usaran las herramientas de medición actual, el terremoto habría marcado, muy probablemente, entre 8.8 y 9 grados en potencia de Magnitud de Momento (MW). No era la primera vez que la tierra temblaba de esa manera en la capital del virreinato del Perú. Según los estudios del investigador estadounidense Anthony Oliver-Smith, entre los años 1582 y 1743 ya se habrían registrado 14 terremotos de diversas capacidades destructivas. Sin embargo, nunca como el de esa mañana: fue la primera vez que la ciudad había amanecido con ese grado de destrucción.

Para entender con mayor precisión lo que causó este sismo, leamos esta publicación del Instituto Geofísico del Perú (IGP): “Después del terremoto y tsunami, los pescadores indicaron que el mar nunca volvió a su cauce normal. Por ello se cree que se produjeron procesos de levantamiento del fondo oceánico y subsidencias en la zona costera, como los efectos cosísmicos más comunes, cada vez que ocurren grandes sismos. Algo importante a señalar es que las noticas de grandes daños en viviendas provenían de las localidades de Barranca, Chancay, Huaura y Pativilca, lo cual sugiere que probablemente el terremoto se inició en dicha zona costera o que en ella se liberó la mayor cantidad de energía”.

Como dato adicional, antes de que la ciencia nos pudiera dar una explicación sensata sobre el fenómeno, tamaña hecatombe había sido advertida desde horas, quizás días atrás, a través de pequeñas señales dadas por la tierra misma, según los testimonios de algunos marineros anclado en la rada de la bahía de Lima. Las crónicas de la época refieren que desde el fondo del océano Pacífico se escuchaba una serie de “ronquidos”, sonidos guturales como si se tratara de un rugido de naturaleza cavernosa. A falta de mejores referencias o un marco científico que ayude a explicar los fenómenos que presenciaban, se acreditó lo sobrenatural, cuando no demoniaca.

El mar también hizo lo suyo. Queda registro de que de las 23 embarcaciones que permanecían ancladas en la rada del Callao, 19 terminaron en el fondo del mar con los cascos partidos tras el azote de las olas, mientras que otros 4 navíos fueron levantados en vilo por las ondas marinas, para acabar depositados tierra adentro. Entre ellos, un caso en particular fue el del bergantín San Fermín, que terminó varado a la altura de lo que es hoy el Mercado del Callao. De hecho, si uno camina por sus inmediaciones y llega a la esquina de la avenida Buenos Aires con el jirón Lord Cochrane, podrá ver todavía una hornacina de más de un metro de altura, levantada en mitad de la pared. Hasta mediado de los años ochenta del pasado siglo, allí se podía ver todavía la figura de una mujer tallada en madera, mirando hacia el infinito. Aquella misteriosa escultura no era otra cosa que el mascarón de proa del citado bergantín, removido para siempre del mar durante la noche fatal del terremoto.

TERREMOTO EN LIMA: HABLAN LOS TESTIGOS

Algunos testimonios en Lima, registrados en cartas y diarios de la época, dan cuenta de los primeros instantes del inicio del terremoto, donde cada relato era más doloroso que otro. Y es que no solo hablamos de la fuerza del movimiento, sino que este habría durado de entre 3 a 4 minutos. Una eternidad.

El marqués de Obando, en ese entonces gobernador de las Filipinas, refirió en una misiva sus observaciones con respecto a los ruidos hasta entonces desconocidos, donde informó que “los temblores se anunciaban por unos ruidos subterráneos, que parecía abrirse la tierra en cada uno”. Además de ello, dio su particular visión de la ciudad devastada: “En el susto excesivo, que se apoderó de todos los habitantes, buscaba cada uno su remedio en la huida; pero unos eran sepultados debajo de las ruinas de sus casas, y otros corriendo por las calles, eran oprimidos con la caída de las paredes. Estos, con los estremecimientos de la tierra, eran transportados de un lugar a otro, y no padecieron sino algunas ligeras heridas: aquellos en fin conservaron la vida, por la imposibilidad en que estaban de mudar de sitio”.

Por otro lado, José Eusebio del Llano Zapata, caballero de la Orden de Santiago, escritor prolífico y destacado residente de la capital, afirmó que "era un horror tener a la vista, como espectáculo de la tragedia, los cadáveres de nobles y plebeyos, de grandes y pequeños, de ricos y pobres". Esto se complementa con lo dicho por el sacerdote de la Compañía de Jesús, Pedro Lozano, quien también se refirió a la alta mortalidad que se manifestaba en todas partes al amanecer: "más de tres mil mulas y caballos podridos debajo de las ruinas, sin que haya sido posible sacarlos hasta ahora (…) Jamás se había visto una consternación similar a la que se extendió entonces en Lima. Todos parecían perdidos sin remedio: los temblores continuaban sin cesar, y hasta el 29 de noviembre se habían contabilizado más de sesenta, algunos de los cuales habían sido muy intensos".

Otro de los escritos del padre Lozano abarca la magnitud entera del desastre. “Por las diligencias que mandó hacer el Señor Virrey, se puede hacer el cómputo que en el Callao y en Lima murieron más de once mil personas”.

Más testimonios de la época se hallan en diversos libros, tal como en la “Historia de los Sismos”, editado por la Universidad de Lima, donde se lee que “como es natural, el hacinamiento, la carencia de higiene y la exposición a las inclemencias del tiempo y el hambre, ‘puerta franca de las pestes y llave maestra de las enfermedades’, terminaron por desencadenar epidemias, entre ellas las de ‘tercianas’, los ‘dolores pleuríticos’, los ‘efluvios de vientre’ y el temible ‘tabardillo’, es decir el tifus”.

Y es que la ciudad había colapsado en todo aspecto. No solo las calles estaban llenas de escombros, sino que estos se entremezclaban con animales muertos y cadáveres insepultos. La situación entera dejaba el tejido social de la ciudad pendiente de un hilo.

A todo esto, una epidemia estaba a la vuelta de la esquina. Los hospitales quedaron desbordados de heridos, contusos y refugiados. El virrey José Antonio Manso de Velasco tomó las riendas de la situación y personalmente debió salir a patrullar las calles de la ciudad, escoltado por un piquete de su guardia, armados con bayonetas y escopetones. La lista de destrozos parecía interminable: los hospitales de la Caridad y de Santa Ana yacían en escombros, con sus acuartelamientos reducidos en ruinas de no más de un metro de altura, mientras que los hospitales de San Andrés y de San Bartolomé no podían recibir un solo paciente más. Hubo que recurrir a la caridad de los sobrevivientes y organizar la venta de rifas y loterías para poder devolver a su funcionamiento todos estos centros de salud.

LA IMAGEN DEL TERREMOTO EN LIMA: EL CUADRO QUE PASÓ A LA HISTORIA

Ante un hecho sin precedentes para la sociedad limeña de aquel entonces, la idea del fin del mundo les parecía una explicación tan acertada como cualquier otra. Ver los templos en ruinas no contribuía en nada a devolverles la calma. Y razón no les faltaba. Para comprender ese miedo y frustración, vayamos a una pieza histórica, que tiene como protagonista al virrey Jose Antonio Manso de Velasco, también conocido como el Conde de Superunda por haber reconstruido Lima.

Durante la mañana de aquel sábado, los recorridos del virrey por las calles de la ciudad le dieron una idea tan precisa como descorazonadora de la situación. Fue en ese entonces que se colocó frente a su ventana, ubicada en la Plaza Mayor, y posó como posan los virreyes; sin embargo, su intención no era estética, sino demostrativa: en el fondo se puede apreciar la catedral con sus dos torres y campanarios derrumbados, casi al punto de desaparecer. Su reconstrucción recién pudo terminarse en 1758, 12 años después del sismo. Esa imagen quedó impresa en un cuadro y es de las más famosas que existen en el Perú.

Con todo, al templo le fue mejor que al puerto del Callao, que todavía en 1761 continuaba en las labores de levantamiento de estructuras aduaneras y portuarias. Aunque, si de demoras se trata, el convento de la Encarnación no vio completa su reconstrucción hasta finales del siglo, más de 5 décadas después del terremoto. Curiosamente, las iglesias de San Francisco y de Santo Domingo, ambas vecinas a la catedral en la Plaza de Armas, apenas sufrieron daños.

Fueron muchos los damnificados que pasaron esa primera noche a la intemperie, soportando las numerosas réplicas que vinieron primero en enjambre y luego de manera espaciada. Como era de esperarse, aquella noche fue el inicio de numerosas jornadas de vivir sin un techo sobre sus cabezas. Es así como, de manera natural, los limeños empezaron a buscar refugio y protección en las mismas plazas todavía llenas de escombros. Y cuando esto no alcanzaba, o el espacio simplemente era desbordado por la turba de gente herida, hambrienta y asustada, huertas y jardines empezaron a ser invadidos de la misma manera.

El marqués de Obando escribió así en su memoria: “Sobre las tapias arruinadas de mi huerta, donde se habían refugiado más de doscientas personas de uno y otro sexo, y todas las edades” (OBANDO 1746: 48).

[Lee también: Terremoto en Pisco: hoy se cumplen 16 años del sismo de 7.9 grados que dejó más de 590 fallecidos]

Para agregar más, se tiene reportes de que las plazuelas de la inquisición, la plaza de Acho o los conventos de Santa Ana y Santa Catalina, con sus árboles cargados de fruta, fueron objeto de saqueo y pillaje. Se registra, inclusive, la utilización de algunos baluartes de la muralla de Lima que, con parte de sus muros colapsados, sirvió de refugio a la dolida multitud. Como dato adicional, quisiera compartir que a la que hoy es la cuadra 1 del jirón Cailloma -actualmente entre el teatro Segura y el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables- se le llegó a denominar Calle de los Afligidos por la presencia de los refugiados del terremoto.

No había a donde ir, pues todos los solares se habían convertido en grandes montículos de escombros. Por esta razón el mismo virrey Manso de Velasco tuvo que armar una tienda de campaña junto a los otros vecinos en la plaza mayor, donde pobres y ricos se mezclaron en medio de la desgracia.

Tuvieron que pasar meses, cuando no años, para que la situación volviera a parecerse a lo que hoy le decimos normalidad. En ese entonces, Lima era una ciudad de 60 mil almas, devastada por las fuerzas imparables de la naturaleza. Han pasado más de dos siglos y medio y hoy Lima, la Perla del Pacífico, la ciudad Jardín, bordea los 10 millones de habitantes. Durante ese tiempo, hemos sufrido varios terremotos, pero ninguno como ese.



Las más leídas

Lo último

Más noticias de Cultural

Peruano opina