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Batalla de Lima: la historia de una obra de arte que revive la resistencia peruana ante la invasión chilena

Revive la épica batalla de Miraflores, del 15 de enero de 1881 en Lima, a través de un conmovedor cuadro que captura la valentía del coronel Narciso de la Colina y la resistencia feroz de ciudadanos-soldados ante la invasión chilena durante la Guerra del Pacífico. Una obra que eterniza el sacrificio y la determinación en medio del conflicto histórico.
batalla de miraflores

Cuadro de la épica batalla de Miraflores se puede ver en el Santuario Patriótico Reducto N°2, Miraflores.

Cuadro de la épica batalla de Miraflores se puede ver en el Santuario Patriótico Reducto N°2, Miraflores.
17:24 horas - Lunes, 15 Enero 2024

Por Gastón Gaviola

Este cuadro tiene mucha historia. Acérquense y véanlo con detenimiento. La figura que primero llama la atención es el hombre que destaca sobre todos los demás. De pie sobre el parapeto, desafiando las balas enemigas. Está herido en la cabeza y, pese a todo, le quedan fuerzas para batir su gorra y agitar los brazos, gritar con desesperación hacia la izquierda de la pintura, de la batalla. Se trata del coronel de cívicos Narciso de la Colina del Rubí, primer jefe del Batallón de Reserva N°6. Era abogado, no militar de carrera, y como tantos vecinos de Lima, corrió a tomar un fusil y ocupar una trinchera en Miraflores, cuando se supo que, en diciembre, el Ejército Expedicionario de Chile había desembarcado en Curayacu, a un día de marcha de la capital. En esa ciudad, Narciso de la Colina sabe que en casa esperan sus padres, hermanas, esposas e hijos de otros ciudadanos-soldados, la última línea de defensa de sus hogares.

DESAFIANDO EL ASEDIO: EL VALOR DEL CORONEL NARCISO DE LA COLINA

Narciso de la Colina

Es la tarde del sábado 15 de enero de 1881, y apenas el jueves, el ejército de línea peruano fue arrasado en sendos combates entre San Juan, Pamplona, Villa y Chorrillos. Así que son ellos, los reservistas, los vecinos de Lima, quienes deben oponer la resistencia final junto a los restos de los batallones que sobrevivieron a la lucha de 2 días atrás. Tienen apenas algunas semanas de preparación, unos cuantos tiros de práctica con los fusiles Chassepot, agujereando latas y botellas en las Pampas de Amancaes, cavando fosos, talando árboles frente a las barricadas y esperando a que eso sea suficiente.

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Aguardan en 10 reductos. Tal es el nombre de las trincheras y parapetos que Nicolás de Piérola mandó levantar en una línea de 12 kilómetros. Corren desde el borde mismo de los acantilados, donde hoy se ubica un centro comercial, hasta la hacienda Vásquez y los cerros de La Molina.

ÚLTIMA LÍNEA DE DEFENSA: LA BATALLA EN LOS REDUCTOS Y LA ESPERANZA DE LOS CIUDADANOS-SOLDADOS

Volvamos al cuadro. Se entiende la desesperación del coronel. Si observan el cielo, tiene el característico tono rosa y naranja con que los veranos limeños anuncian el ocaso del sol sobre el mar. Y el océano está allí, a un paso. Lo podemos adivinar sobre la derecha, allí donde el Morro Solar hunde sus peñas hoy cubiertas con los cadáveres de las tropas que pelearon hasta el anochecer el día 13 en su cima.

La matanza y mortandad fueron tan grandes durante esa batalla que se declaró un armisticio, un cese al fuego que duró todo el viernes 14 y que ese sábado 15, a la hora del almuerzo, se supone que seguía en pie. Apenas hubo tiempo y oportunidad para enterrar a los muertos de San Juan y Chorrillos, que se contaban por millares.

Los primeros disparos empezaron a sonar sobre la derecha peruana pasadas las dos de la tarde. Aprovechando el alto al fuego, batallones enteros comandados por el general chileno Manuel Baquedano adelantaron sus posiciones sobre el bosquecillo de Barranco, que se puede ver en el cuadro como la línea de árboles que nace en el morro y separa el cielo de la tierra. Los soldados del sur se colocan en formación de ataque. Los cañones de campaña ruedan por la pampa arrastrados por mulas, sin que sus artilleros sean importunados por los fusiles peruanos, en silencio debido a la suspensión de hostilidades.

ENTRE EL RUGIR DE CAÑONES Y EL SUSURRO DEL MAR: EL RENACER DEL COMBATE EN LA DESOLACIÓN DE BARRANCO

Ambos ejércitos se culparían mutuamente de la rotura del alto al fuego. Que, si fueron las avanzadas chilenas que quisieron probar suerte contra las fortificaciones peruanas, que, si fueron rifleros nacionales quienes, hartos de verlos avanzar con impunidad, decidieron escarmentar a los más osados entre sus exploradores. Lo cierto es que el fuego se empezó a extender por toda la línea, desde el mar hacia la izquierda peruana, que es hacia donde mira el coronel Narciso de la Colina.

batalla de miraflores

Y es que, si bien eran 10 los reductos, no todos entraron en fuego. El plan de ataque chileno contemplaba moverse siempre pegados a la costa, donde su flota apoyaba con los fuegos de su artillería naval el avance de sus soldados. Estos estaban organizados en 3 divisiones, que se lanzaron al asalto de los primeros reductos, es decir, los levantados en el pueblo de Miraflores.

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Allí radica la desesperación del coronel De la Colina. Lo que vemos en el cuadro, mirando cara a cara al espectador entre el humo de la pólvora, echándose sobre los parapetos peruanos, es el avance de las tropas de la III División chilena. Unos 4 mil 500 infantes, las bayonetas por delante, que se lanzan a paso de carga. ¿Dónde están los refuerzos? ¿Por qué el resto de la reserva, los que están en Limatambo, la calera de la Merced, Ate, en fin, toda la izquierda peruana, ¿no viene a sumarse a la batalla?

Pero los ciudadanos-soldados del Batallón N°6 de la Reserva no están solos. Entre los dos espacios que dejan el emplazamiento de los Reductos 1, 2 y 3 se encuentran las tropas del coronel Andrés A. Cáceres. Los remanentes del ejército de línea, dispuestos allí a vender caro su pellejo. Es entonces que los batallones peruanos salen al campo a pecho descubierto. Despreciando sus propias vidas y la lluvia de balas y granadas que les cae encima, logran poner en retirada a sus enemigos con una carga a la bayoneta que fue celebrada desde por reductos por los vecinos con uniforme que conforman la reserva.

Ese pequeño respiro les da la oportunidad a los peruanos de recomponer sus filas. De pedir los tan ansiados refuerzos, a los que Narciso de la Colina llama con desesperación hacia la izquierda. Miren el cuadro. En el suelo del reducto, a escasos metros del coronel, yace sin vida y boca abajo un peruano de pantalón rojo y casaca azul. A su lado, ajeno al cuerpo, hay una corneta de órdenes. Se trataría, si seguimos el rigor histórico con el que Juan Lepiani realizaba todas sus pinturas, de Manuel Bonilla Elhart, el niño héroe. Su nombre le da hoy identidad al estadio municipal de Miraflores.

EPOPEYA DE LOS CABITOS: EL SACRIFICIO DE MANUEL BONILLA Y LOS NIÑOS-SOLDADOS

Aquella tarde del sábado 15 de enero, Manuel era uno de los tantos niños-soldados enrolados en las filas de la defensa. Uno más de los famosos "cabitos", aquellos menores que, demasiado jóvenes para combatir en primera línea, realizaban tareas de mensajeros, observadores, transporte de municiones y enlace de oficiales. Por supuesto, en lo peor de la batalla, muertos o heridos ya la mayoría de los defensores del Reducto N°3 y de toda la derecha peruana, tras más de 3 horas de combate sin descanso, Manuel y el resto de cabitos que aún se encontraban en condiciones de pelear cogieron el fusil de uno de los soldados caídos y ellos también hicieron fuego sobre la masa de soldados que caían sobre ellos para el asalto final. La mayoría de ellos eran alumnos del Colegio Guadalupe y peleaban en compañía de sus padres y hermanos mayores e incluso de sus maestros. Cuando el fuego del estallido de una granada lo devoró, Manuel Bonilla tenía 12 años recién cumplidos.

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El sol empieza a tocar el mar. No hay señales de ayuda desde la izquierda peruana. Se acaban las municiones. Las defensas peruanas han sido sobrepasadas a ambos lados de los parapetos que Juan Lepiani ha ilustrado en este cuadro que nos ocupa hoy. El coronel, ciudadano-soldado, Narciso de la Colina es de los últimos en caer. Cuando a la mañana siguiente de la batalla, su esposa y sus tres hijos reconocen su cuerpo entre las ruinas del reducto, el abogado que vistió el uniforme de la patria tenía el traje azul atravesado por 7 heridas de bala y bayoneta. Lo recuerdo como en el cuadro. Sin nunca bajar los brazos.



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