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Alejandro Alayza Mujica: pintar como acto de vida y resistencia

"Presencia cultural" rinde homenaje al pintor y maestro Alejandro Alayza Mujica, recientemente reconocido como profesor emérito de la PUCP, en una conversación sobre arte, docencia y espiritualidad. Foto: captura.

"Presencia cultural" rinde homenaje al pintor y maestro Alejandro Alayza Mujica, recientemente reconocido como profesor emérito de la PUCP, en una conversación sobre arte, docencia y espiritualidad. Foto: captura.
14:24 horas - Lunes, 15 Diciembre 2025

El pintor y maestro Alejandro Alayza Mujica fue el protagonista de una conversación íntima y reflexiva en Presencia cultural, conducido por Denise Arregui. El encuentro se dio en un contexto muy especial: el reciente reconocimiento que recibió como profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú, una distinción que celebra décadas dedicadas tanto a la creación artística como a la formación de nuevas generaciones.

La entrevista propone un recorrido por su pensamiento, su práctica pictórica y su vocación docente. Alayza, conocido cariñosamente como Alejo por sus alumnos y colegas, es una figura clave en la historia del arte peruano contemporáneo. Así lo destacan quienes lo acompañaron en este diálogo.

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Alonzo Costa, profesor de la Facultad de Arte y Diseño, lo define sin rodeos: “Alejo forma parte de los pintores más importantes de su generación. Es uno de los grandes profesores de la historia del Perú”. A esa valoración se suma Max Hernández, también profesor, quien recuerda el impacto humano del artista en el aula: “En ese contexto de preguntas existenciales, Alejo podía ser una figura reconfortante por su actitud”.

UN MAESTRO QUE NUNCA DEJÓ DE APRENDER

Durante la conversación, Denise Arregui resalta un rasgo que atraviesa toda su trayectoria: la curiosidad constante. Alayza no solo enseñó a pintar, también enseñó a pensar. Cada clase y cada cuadro fueron, para él, una manera de interrogar el mundo.

Esa mirada se vincula con una etapa poco conocida de su juventud: su paso por el seminario. “Un año nomás estuve seminarista”, recuerda el artista, al explicar cómo esa experiencia temprana, marcada por la vida sencilla y contemplativa, influyó de forma profunda en su manera de ver y entender la realidad. Para Alayza, ese tiempo significó un punto de quiebre y de encuentro consigo mismo.

ESPIRITUALIDAD, RUTINA Y CREACIÓN

La espiritualidad ocupa un lugar central en su vida cotidiana y en su obra. Asistir a misa forma parte de su rutina diaria, no como un gesto automático, sino como un espacio de preparación interior antes de pintar. Él mismo lo explica: “Es como una especie de que cierras, como que te cierras tú a lo que va a venir y te preparas y avanzas mejor”.

Esa dimensión espiritual no se traduce en discursos explícitos dentro de la pintura, sino en el lenguaje propio del color y la forma. Para Alayza, la espiritualidad está contenida en el cuadro mismo, en aquello que se percibe y se siente, aunque no siempre se pueda nombrar.

EL COLOR COMO PRINCIPIO FUNDAMENTAL

Uno de los ejes centrales de su enseñanza fue siempre el color. Sus alumnos recuerdan cómo insistía una y otra vez en su estudio. Al respecto, el propio pintor es claro: “El color siempre forma. No la puedes separar, el color siempre forma”.

Desde su perspectiva, pensar desde el color permite una relación más orgánica con la pintura. La forma no desaparece, pero se construye desde una unidad más íntima. Esa filosofía marcó a generaciones de artistas que pasaron por sus clases en la Facultad de Arte.

IMAGINACIÓN, LUZ Y MUNDO COTIDIANO

Aunque vive en Barranco, muchas de sus escenas remiten a espacios rurales y mundos campesinos. No se trata de una representación literal, sino de una construcción imaginaria. “Se hacen de la imaginación, no son reales nunca, son irreales reales”, explica Alayza. La luz, elemento esencial en su obra, surge del diálogo entre espacio, color y estructura.

Su hija, Alejandra Alayza, aporta una mirada cercana y reveladora. Para ella, esas imágenes nacen del contacto cotidiano con las personas, de las conversaciones simples y de una profunda empatía con el otro. Esa sensibilidad se convierte en materia pictórica.

Fiel a su estética, Alayza se mantuvo al margen de modas y presiones del mercado. Para él, la identidad artística se construye con paciencia y conocimiento. Pintar, en su caso, fue también una forma de resistir. Resistir a la prisa, a lo superficial y a lo efímero.

La pintura, como él mismo señala, deja un objeto final, el cuadro, pero lo esencial ocurre antes. Todo ese trabajo interior es donde realmente habita el pintor. Cuando el arte llegó a su vida, llegó por completo.

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